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Gobierno de Colombia
Columna
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Todos, todas y todes a la calle

Intrigante insistencia del presidente en que la gente se manifieste en la calle. ¿Temor de un golpe o, de golpe, susto por la fragilidad de su gestión?

Gobierno de Gustavo Petro
Personas de la sociedad civil en una vigilia, en Bogotá, Colombia, el 30 de enero de 2025.Juancho Torres (Getty Images)

La calle es un escenario muy exigente. Parece fácil tomársela y darle uso de herramienta para lograr transformaciones sociales. Pero hay que saber manejar las herramientas, porque las hay de todo tipo: las de medición (como las que usa el ELN para saber cuánto aceite le queda al gobierno antes de que se le desgasten los pistones y comiencen las fallas en el encendido), las de trazado (como las que la delincuencia emplea para demarcar sus territorios en tiempos de paz total e impunidad), las de sujeción (como el alicate con que la delincuencia nos aprieta, al cuello, el alambre de la extorsión), las de golpe (¡el mazo lo sentimos los colombianos a diario!), las de corte (porque aquí todo funciona con “serrucho”) y las digitales (que de manera tan eficiente, y con dineros oficiales, funcionan para acabar la honra de la gente que se atreve a cuestionar a los heraldos del progresismo).

Aunque la calle siempre debe estar a disposición de quien quiera expresarse, podría pensarse que resultaría más efectiva para exigir, de quien detenta el poder, resultados. Un uso adicional, muy popular en la Colombia de los últimos dos años, es a manera de aplauso. Válido. La calle es amplia y allí encuentran acomodo la vanidad, la egolatría y el envanecimiento (esta última, palabreja exótica, que podría reemplazarse por el más popular concepto de endiosamiento).

En otras latitudes y momentos históricos, la calle ha servido para que se respete la democracia y el Estado de Derecho, cuando hay amenazas: para deponer tiranos o socavar administraciones desdibujadas que devoraron la institucionalidad.

A estas alturas del gobierno progresista, y en momentos de intranquilidad institucional, militancia en los puestos técnicos claves del Estado, enemistades evidentes entre los ministros y otros funcionarios y, en general, manifiesta incapacidad para ejecutar y administrar, no se entiende cuál es la esencia del llamado a las calles… ¿exigirle al petrismo los resultados que no ha podido dar o que la gente le reclame seguir en la senda de los paupérrimos resultados?

Lo primero tendría toda la lógica del caso: presidente, usted ganó en las urnas, y tiene las maneras legales y constitucionales, en respeto de los demás poderes y la arquitectura jurídica, de gobernar. Entonces, por favor actúe, porque la salud va hacia las profundidades abisales, el empresariado está arrinconado, la delincuencia opera a sus anchas, la transformación educativa es una promesa, la vivienda es un espejismo, el gas y la energía pronto serán pasado, los recursos futuros del Estado están en riesgo y gobernar civilizadamente con los opositores será una quimera.

En ese mismo sentido, ¿saldrá la gente a la calle a aplaudir la parsimonia, la inefectividad y el incumplimiento? ¿Veremos carteles que digan “¡sí al retrovisor, que aún es tiempo de usarlo, presidente!”? ¿Oiremos arengas del tipo “se vive se siente, gabinete disidente”? En últimas: ¿cuál es el porcentaje real de quienes votaron por Petro, y están lo suficientemente satisfechos con su tarea, como para salir a alabarlo en la calle? Y, en otro sentido, ¿qué porcentaje lo ve rajado en ejecuciones y, a pesar de la lluvia de subsidios que se nos viene, preferirá evaluar otras propuestas para el próximo periodo?

A estas alturas, usted ya se leyó la columna, pero hay un eje central que vale la pena recalcar. Lo dejo aquí en forma de pregunta. Un presidente en ejercicio que reclama calle todos los días, ¿es porque está seguro de que lo ha hecho divinamente o porque duda de que su gestión le gane sucesor? Respóndase, hágame el favor.


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